domingo, 21 de agosto de 2016

Último primer estadio

Estoy triste.
Estoy enfadado.
Estoy, sobre todo, cansado...
Es injusto que tenga que hacer tanto trabajo para todo. Es injusto que yo tenga que hacer más trabajo que el resto. Es injusto que a mí no me valga lo que a los demás. Es injusto que todos sean subnormales y su retraso me duela. Es injusto que a medida que vivo el vacío que siento se agrande en lugar de reducirse.
Es infinitamente injusto que me sienta mal independientemente de lo que haga. Que sienta las evasiones como lo que son. Que toda mi existencia se haya basado en ellas y que no me sirvan; porque a los demás les sobra y les basta.
Sólo yo sé la verdad. Y esa verdad me aísla. El tener la certeza de que sólo yo lo sé me imposibilita el contacto con los otros. El tener que vestirla de mentira para poder estar en comunidad me destroza. El tener que cubrir lo que yo soy me hiere.
Todo en mí es dolor.
La supervivencia me ha hecho crearme herramientas que pensaba prácticas porque me permitían ser en el mundo, pero es todo una farsa que me permiten visibilizarme a los demás. Visibilizar un producto de mi creación que sólo está relacionado con quien yo soy porque soy su mero creador.

A tenor de los efectos perjudiciales que he ido viendo porque ya no podía ignorarlos he tenido que parar el motor. Y el ensordecedor silencio al pararse el zumbido de la marcha me consume. El vacío se está propagando por todo mi cuerpo. Las voces se hacen eco.

Los problemas que pensé que eran el foco del que emanaba todo el sufrimiento no eran tales. No son más que aderezos personales de algo más profundo. Porque el sustrato de negrura que me ahoga es la cosa más simple del mundo: No sé absolutamente nada de por qué estoy vivo ni qué tengo que hacer con mi estar-vivo.
Ya no tengo certezas, y la caída de las que tenían han mutilado mi capacidad de creer en otras.
No soy más que un autómata herido de dolor para el que la mera existencia es un tortuoso sinsentido.

A veces, como ahora, me odio. Odio no ser capaz de ser feliz, de sentirme pleno. Odio no poder llenarme de nada. Odio encontrar sólo consuelo al compartir mi dolor con los que también lo sufren.
Sólo la hermandad del dolor me sostiene. La hermandad en películas y libros. La hermandad de la música triste. La hermandad con quienes saben la verdad.

Y lo más horrible de todo, es que nunca querría vivir en la mentira. Y esa volición negativa es la causante del malestar que me produce el ser consciente de que todo lo que hacen los demás es evasión. Una evasión que yo ya no puedo usar más porque no he conseguido engañarme.

Y nadie conseguirá nunca engañarme porque ya no puedo creer.
Todo lo que llega a mí se va directamente al fondo del mar revuelto que tengo dentro lleno de cadáveres. Muertos vivientes que se afanan por salir a la superficie y restituirse erigiéndose como tierra firme en la que apoyarme. Pero sus esfuerzos son vanos. El mar está revuelto.
Cada vez más.
Y la tempestad de vivir erosiona el fondo de modo que el progreso es hacia abajo. Cada vez hay más nada. Cada vez hay más negro. Cada vez hay más distancia hasta la superficie.

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